Los días

Los ojos son una intencionada terraza
construida en la más alta azotea,
destructora de vuelos impecables,
de sábanas con olor a mujer y
convivencias de cielos amaranto.

Cuando de pronto me vino
oliendo a sangre de campiña,
siendo casi una niña,
le lavé la cara y la metí en camastro,
señalándome un cielo de alabastro.
Ella había desayunado astros,
me dejaba en ayunas para no variar.

Nos cuesta separarnos,
y las alturas van menguando,
vienen de copla y puchero,
a patio y ajetreo.
Papeles, teléfono y café,
me devuelven los posos,
esos futuros imperfectos.
Perfecto y guapo es mi compañero,
en la tarde va al gimnasio y toma té.

Romana y como casi nada,
de nuevo hasta las seis en cama,
ella fue redonda y clásica,
dorada y emperatriz,
duerme tapada con el mantel
que le dio el almuerzo.
Se acaba el tiempo y me quedo sin comer.

No hay tiempo. Esto se acaba.
Voy y compro una almohada para una señora vanidosa,
americana y drogadicta,
dormilona e inspiradora,
buena que se acurruca
y en mi nuca va soltando segundos.
Entre una cosa y otra me quedé sin cena.

Su Imperio no me deja vivir,
los días no saben de arte,
y yo no se de tiempo,
por eso nos vamos haciendo viejos
sin haber encontrado un bosque en el que morir.

E.M.G