- A Miguel Rodríguez, que muere porque no se muera-
Ahora,
que es Noviembre
y los días llevan el nombre
de las hojas que caen al suelo,
traes envuelto en velo,
un libro repleto
de ácaros sonrientes.
¡Ve al frente,
y se valiente!,
me respiran desde la plaza,
y aún sigo cavilando en la gracia
que enmarcó el recuerdo de recibo.
Ahora,
que un piano habla constante en la batalla,
cantaré alto,
si es que no me callas,
con el confundido respeto,
que salté a gatas.
Esta mañana,
al pisar el charco,
no sé cuántos barcos,
pero, incontables hundidas fragatas.
Del frío,
intenté acariciar el alma,
cercándola en el bolsillo.
¡Metal!;
no era mi anillo.
Quedaba metralla.
Aún no habíamos perdido.
E.M.G